lunes, 10 de octubre de 2011

Ayer y hoy (40)


40

- La oficina era antes otra cosa, otro lugar. Trabajaba junto a usted pensando que nuestro trabajo servía para algo. Durante todo el tiempo anterior pasaron por nuestras manos expedientes importantes, la forma en que los abordábamos era imaginativa y gracias al esfuerzo de todo el equipo, dirigido por usted, los resolvíamos con nota. Cuando terminábamos de instruir un expediente lo celebrábamos de forma sencilla: un café con pastas, pero de las buenas, decía usted. Era emocionante comprobar que lo que en un primer momento nos parecía imposible, poco a poco, gracias a su capacidad directiva y al esfuerzo de todos nosotros, era posible.
- Siempre ha sido así, Adela, y en ese empeño, sus cualidades técnicas, sus ideas y aportaciones han sido muy importantes.
- Eso me decía siempre y saberlo me animaba a ser cada vez mejor secretaria. Me sentía útil y respetada. Mi trabajo no era una cruz (como es ahora) sino algo que merecía la pena.
- ¿Y ya no?, ¿dígame qué ha cambiado además de mi humor?
- Todo, Isabel, todo ha cambiado. Ya nada es como era y yo... me siento perdida. No sé qué hacer, cómo actuar. No duermo bien, no me apetece comer, incluso mis hijos lo han notado. Hace una semana se los han llevado mis padres. Incluso he llegado a pensar en la muerte. No encontraba otra salida.
- ¡Madre mía!, Adela, lo que me dice es terrible, terrible. La muerte nunca, me oye, nunca. No tenía ni idea, se lo aseguro, ni idea de lo que estaba sufriendo.
- Hoy ha sido distinto, por primera vez, usted parece la misma de antes y yo... he pensado que debería contarle todo lo que sé, lo que intuyo... Pero... no sé si podré, no sé si si seré capaz. Tengo mucho miedo.
- ¿Qué teme?, de qué tiene miedo. No va a pasar nada. Me diga lo que me diga todo quedará entre nosotras. Se lo aseguro.
- No puedo, de verdad, no puedo. Tal vez mañana, o pasado mañana.
- Está bien, Adela, no voy a insistir. Tiene derecho a guardar silencio. Pero le aseguro que estoy de su parte, sea lo que sea que ha pasado estos dos meses no volverá a suceder.
- ¿Cómo puede estar tan segura?, ¿cómo puedo saber yo que esta amabilidad suya de hoy no es una forma de que confíe en usted y sonsacarme?, ¿cómo creerla después de todo lo que ha pasado? Tal vez si le cuente todo lo que sé me denuncie, se invente algo contra mí o me haga algo peor.
- ¡Por Dios, Adela, no diga esas cosas!
- No meta a Dios en esto, Isabel, estoy viviendo un infierno estos dos últimos meses, se lo aseguro. Hoy, en realidad, no había venido a buscar el informe del expediente Hurtado que elaboré para usted esta mañana, había venido a decirle que me despido, que quiero dejar el trabajo, que prefiero limpiar por las casa a seguir sufriendo tanto. Porque, además de todo, de sus malos modales conmigo, de los expedientes incomprensibles, lo que pasa es que...
- ¿Pero hay más?
- Sí, hay más, me siento perseguida, espiada, en el trabajo, en la calle, incluso en casa.
- ¡Por favor!, Adela, no sea paranoica.
- Es cierto, Isabel, alguien me sigue desde hace unos días, hay un coche negro enfrente de mi casa que antes no estaba y ahora está todos los días.
- Puede que haya venido un vecino nuevo a vivir a su barrio ¿no le parece?
- ¿Un vecino que se queda toda la noche dentro?
- Pero... ¿qué me está diciendo?, ¿dentro del coche?, ¿cómo lo sabe?
- Por qué no puedo dormir, ya se lo he dicho. Paso mucho tiempo mirando por la ventana, procurando no ser vista, y compruebo que hay alguien dentro del coche.
- ¿Lo comprueba?, ¿cómo?
- Porque fuma, enciende un cigarrillo tras otro y mira hacia mi ventana. No me ve porque yo no enciendo la luz, no fumo. Le veo a través de los visillos.
- Lo que me está contando es muy grave, Adela. No ha pensado que podría ser su marido, por lo del divorcio, ya sabe.
- Lo pensé al principio, pero un día vi a la persona del coche, salió un momento y lo ví, no era mi marido, era otro hombre, vestía traje oscuro y corbata. Mi marido no era aquel hombre se lo aseguro.
- También podría ser un detective privado.
- No, imposible, ¿quién me iba a poner a mi un detective y por qué?
- Tal vez su marido. Un detective privado que encuentre pruebas contra usted para poder quitarle a los niños en el juicio por divorcio.
- No, imposible, él no. No creo ¡Dios mío! ¡Mis hijos noooo!

2 comentarios:

  1. ¡Vaya! Al principio maltratabas a una, pero tus víctimas ya son dos. Empiezo a preocuparme. Jajajajaja.
    Salud y República.

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  2. jajajaja, gracias Luis, muchas gracias. Salud y República en lo cotidiano y en la poesía.

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