sábado, 8 de octubre de 2011

Ayer y hoy (39)


39

Tengo que conseguir que Adela me cuente lo que le pasa. Estoy segura de que algo va mal en la oficina, algo que tiene que ver conmigo, con nosotras. Algo inexplicable. Para conseguir que me lo cuento tengo que actuar con mucha cautela ganarme su confianza, como antes. Adela ha sido siempre la secretaria ideal: eficaz, dispuesta, inteligente, ordenada. Una persona en la se puede confiar. No sé lo que ha podido suceder en los dos últimos meses, no sé lo que me ha pasado a mi en esos meses, no sé lo que me está pasando. Pero sea lo que sea es importante. Y sea lo que sea nos ha afectado, nos está afectando mucho a las dos, a nuestra relación, a nuestro trabajo.

- En primer lugar vamos a pedir la cena y luego hablamos.
- Lo que quiera. Yo no he cenado, pero no tengo mucho hambre, no crea.
- Eso es porque sigue nerviosa, preocupada.
- A mi con las preocupaciones se me quita el hambre.
- Pues yo estoy hambrienta.
- Entonces... ¿usted no está preocupa?
- Sí, Adela, un poco y sobre todo estoy triste, acaba de morir mi mejor amiga. Pero a mi me pasa lo contrario que a usted, a mi los disgustos me dan hambre.
- La señorita Clara era muy amable y muy simpática. Siento mucho que esté muerta. Los accidentes de tráfico son terribles.
- Sí, tiene razón, terribles.
- Su hermano estaba muy afectado al teléfono.
- Es lógico, además era su única hermana.
- ¿Y sus padres?
- No he visto a sus padres, los veré mañan, en el funeral.
- ...
- Adela, la voy a proponer que hoy, esta noche, mientras cenamos, volvamos a hablarnos de tú, como antes. Nosotras no éramos simplemente jefa y secretaria, éramos personas que trabajábamos juntas en estrecha colaboración. Usted no era sólo mis secretaria, también era mi colaboradora, me exponía sus puntos de vista y yo...
- Usted me dijo un día que todo tenía que cambiar. Y... eso fue lo primero que cambió. Me buenas a primeras, me hizo saber con palabras muy duras (que no voy a repetir), que yo no era nadie para opinar, que me limitase a obedecer, a ejecutar sus órdenes.
- ¿De verdad? No es posible que dijese algo así.
- Yo tampoco lo podía creer, pero lo hizo, me humilló, me ha humillado una y otra voz durante los dos últimos meses.
- Disculpa, Adela, lo siento muchísimo. No era yo, me había convertido en otra persona y quiero averiguar por qué.
- Tiene razón, usted no parecía usted, parecía otra persona. Lo mismo pensé yo al principio. También pensé que tal vez tenía una hermana gemela que estaba trabajando en su lugar por algún motivo que yo desconocía. No podía encontrar explicación a ese cambio tan grande conmigo y con todo. Pero era usted, seguro. Llevo mucho tiempo trabajado a su lado y sé perfectamente que esa persona tan opuesta a lo que siempre había sido, seguía siendo usted y al mismo tiempo era otra persona. Tenía el mismo cuerpo, pero otro humor, otras actitudes, otra manera de comportarse, incluso otra forma de trabajar. Estaba siempre enfadada, irascible, excitada. No sé cómo explicarle...
- Le pido que me perdone. Lamento profundamente todo lo que ha sufrido por mi culpa. Pero ahora... míreme, Adela, soy la misma de antes, usted misma lo ha dicho, deberíamos volver a llamarnos de tú.
- Lo siento, señorita, pero si no le importa prefiero seguir llamándola de usted. No puedo olvidarlo todo en unas horas. No quiero que vuelva a cambiar y me humille de nuevo. Pero usted puede llamarme de tú si quiere.
- Está bien, Adela, tal vez más adelante consigamos tener la confianza que hemos perdido.
- Eso espero.
- De todas formas... ¿me contará lo que le preocupa?
- Sí. No quiero volver a casa hasta que le cuento todo lo que debo contarle, lo que necesito contarle.
- ¡Estupendo!, la escucho.

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